Blog

Home / Blog / CAMBIÉ MIS CREENCIAS Y EL PUDENDO NO ME PUDO

CAMBIÉ MIS CREENCIAS Y EL PUDENDO NO ME PUDO

Blog, Dolor crónico, Testimonios 24 de Septiembre de 2021

  Hola, soy Nuria y tengo 44 años. Quiero escribir mi testimonio porque me gustaría transmitir tranquilidad a esas personas que se encuentran en una situación desesperada en cuanto al dolor se refiere, como he estado yo. Aunque las palabras se me quedan cortas.

   Mi relación con el dolor comenzó hace 16 años. Me diagnosticaron endometriosis y fui intervenida en dos ocasiones. Los médicos me dijeron que aunque me limpiaban las lesiones, el dolor no me lo podían quitar. Que la endometriosis es una enfermedad crónica y poco conocida. Durante esos años viví con dolor pélvico, con tratamientos que poco me hacían y con una vida a medio vivir. Iba “tirando”. Probé de todo en terapias alternativas: Dieta, acupuntura, terapia neural, par biomagnético…pero sin resultados.

   Con el tiempo los dolores fueron a más y decidieron operarme. Me realizaron una histerectomía. Eso fue hace dos años. Lo peor vino ahí. Lo que en un principio esperábamos con la cirugía; acabar con el dolor y pasar página, no sucedió. El dolor pélvico que tenía aumentó y apareció otro en la zona perineal, la pierna y el pie. Ahí mi vida se paró, totalmente. Después de tomar una decisión tan importante, ¿cómo podía ser que me doliera el útero que no tenía?

   El dolor era de una intensidad como decía yo, en una escala del 1-10, era un 14. No podía andar, era imposible, no podía dar más de cuatro pasos, ni estar de pie ni sentada. No podía subir escaleras, no podía calzarme sola. Ni hacer las cosas cotidianas de mi casa. Era insoportable, de día y de noche. Perdí incluso el trabajo. ¡No podía ser que me estuviera pasando esto! Estaba viviendo una pesadilla. Con lo activa que soy yo… Mi marido me apoyaba muchísimo, pero no teníamos vida. No podíamos ni salir a pasear. Mi vida estaba limitada a moverme lo mínimo y estar el máximo tiempo tumbada en la cama. El dolor me tenía secuestrada.

   Pasaban las semanas y los meses. Me hicieron varias resonancias. No se veía nada. Me hacían revisión, y todo estaba bien. Empecé a tomar mucha medicación para el dolor que no me hacía nada (ahora en tiendo por qué). Llegué a tomar diez pastillas al día entre opioides, amitriptilina, enantyum… Me realizaron también un electromiograma del suelo pélvico y me dieron varios diagnósticos: Que podía ser que el nervio pudendo estuviera “atrapado” por una “contractura”,  o “enganchado” por las adherencias. También que el nervio perineal, una rama del pudendo, se podía haber lesionado en la cirugía, que podía ser un problema de fascias…si, me dijeron de todo. (Ahora entiendo que eran solamente etiquetas). Pero en esos momentos toda esa información me desesperaba. Eran creencias que iba acumulando. Incluso pensaron en realizarme otra laparoscopia a lo cual me negué.

   Me dijeron que tenían que tratarme de manera multidisciplinar. Pero a cada consulta que iba con la esperanza de recibir ayuda, era una desilusión, salía hundida. El neurólogo que me llevaba me dijo que cuando tenía un paciente como yo, le daban ganas de saltar por la ventana.

   Me remitieron a la Unidad del dolor de dos hospitales diferentes. Me realizaron un bloqueo con radiofrecuencia pulsada del nervio pudendo y me lo anestesiaron con medicación. Nada de mejoría. También me pusieron botox en varios músculos del suelo pélvico pero tampoco me funcionó. Me dijeron que por muchos tratamientos que me hicieran, la realidad era que con el “problema” que yo tenía, no iba a conseguir mejoría. Que en esa situación y para llevarlo lo mejor posible, me remitían a psiquiatría. Eso me hundió muchísimo. Recuerdo ese día perfectamente. Yo solo necesitaba que me quitasen el dolor. Si se me iba, se me pasaba todo.

   La psiquiatra me dijo que aprendiera a vivir con ello. Que si no podía andar, me comprara un patinete eléctrico para desplazarme. No volví.

   Fuimos a una clínica privada de Pamplona en busca de ayuda y otra opinión, pero me trataron también en la Unidad del dolor y me realizaron otro bloqueo. Esta vez del nervio ilioinguinal, sin resultado. Y más medicación. Me propusieron realizar otro bloqueo pero ya estaba muy cansada y no quise.

   Me encontraba en un punto muy triste, quería dormirme y no saber nada del mundo. Me sentía un paciente pelota, de consulta en consulta. El dolor se estaba llevando todo por delante.

   Me empezaron a tratar en rehabilitación de suelo pélvico y también realicé muchas sesiones por privado, con Indiba, Tens..pero con cada sesión el dolor era peor.

   A todo esto, un día recibí una llamada de una de las fisios que me trataban en el hospital y que se implicaron mucho conmigo. Me envió una información para leer que hablaba sobre el dolor. Lo leí y me sonó un poco raro. Parecía que esto no tenía nada que ver conmigo.

   Aún así decidimos tener una cita y otra opinión. Así que nos plantamos en Vitoria, en la consulta de Maite. Llegué en un momento muy delicado, sin fuerzas y sin poder sentarme. Incluso el viaje a Vitoria desde mi casa, 40 minutos, era demoledor. Evaluaron mi caso y Maite me explicó que era un caso de Sensibilización central y me enseñó que podía haber daño sin dolor y dolor sin daño. No recuerdo mucho más de ese día y no entendí mucho lo que me explicó.

   Me dio información para leer y así lo hice, aunque me resultaba complicado porque nunca había escuchado esto.

   Comencé a leer los testimonios de personas que habían conseguido librarse del dolor y sentía envidia, si. Les veía con una fuerza que yo no tenía, yo me veía hecha un trapillo…yo no lo conseguiría, ellos eran de otra pasta, seguro. ¿Y ese click del que hablaban? ¿Dónde estaba?

   Al poquito de empezar las sesiones con Maite nos confinaron por el Estado de Alarma y seguimos las consultas por Skype. Me cancelaron todas las citas médicas y de verdad que eso fue un alivio. Y pensé,  que si no iba a salir de casa para nada, pues fuera medicación. Y dejé todo del tirón, total no me hacía nada. Fue ahí cuando me dije: “Me voy a poner las pilas y voy a darle una oportunidad. No tengo nada que perder y quizá mucho que ganar”. Empecé a leer y leer. Y decidí aplicarme en serio intentando entender cada párrafo y cada frase que leía. Aplicándolo a mi caso y meditando en ello. Leía y hacía resúmenes, y repasaba. Incluso pegué varios post its por casa con ideas y frases. Me parecía que tenía mucho sentido lo que estaba aprendiendo, pero de momento no había resultados. También me apuntaba todas las dudas que me surgían para preguntarle a Maite en la siguiente sesión. Mis dudas siempre iban dirigidas al nervio y al daño, me costaba salir de ahí. Había leído mucha información en internet sobre nervios y dolor neuropático y pensaba: ¿Realmente no habrá daño? ¿Y si esto no se puede aplicar en mi caso? Tenía mucho miedo a no conseguirlo y a no recuperar mi vida, y eso me angustiaba mucho. Pero Maite con su paciencia me daba razonamientos y me ponía ejemplos y comparaciones que me ayudaban mucho y que hoy día todavía recuerdo. Me explicó que todos los tejidos se reparan, incluidos los nervios. Y ya había pasado tiempo de sobra si es que el nervio se hubiera lesionado. Que los nervios son muy resistentes, más de lo que pensamos. En general nuestro cuerpo entero lo es.  También me explicaba los programas que activa el cerebro, y que el dolor en ausencia de daño, es fruto de la imaginación alarmista del cerebro. Y me empezaron a encajar muchas piezas del puzle. Cuando me explicó el dolor de miembro fantasma, algo se reorganizó en mi cerebro y desapareció el dolor del útero que no tenía. Fue así, todavía hoy me sorprende.

   Pasé por una etapa de confusión y enfado. Estaba empezando a darme cuenta de lo que realmente se teje en el cerebro y la situación en la que nos puede llegar a poner. Mi cerebro me estaba protegiendo exageradamente utilizando toda la información que había acumulado. Era un error de evaluación.

   Cuando entendí lo que pasaba también entendí que tenía que moverme sin miedo, los tejidos necesitan movimiento, y decidí hacerlo, pero tenía tanto dolor… Como estábamos en casa, Maite me dio unas pautas para hacer marcha en el sitio y cuando pudimos, comencé a salir a andar. Pero con mucho dolor. Tenía que hacerle ver a mi cerebro que estaba equivocado, que andar no lesiona. Pero esto no cambiaba. Empezaba a creerme lo que estaba aprendiendo, pero interiormente tenía una lucha constante. ¿Será verdad esto del cerebro en mi caso? ¿Me lo creo? Mi mente se iba al diagnóstico médico, al tejido, y como me decía Maite, tenía que irme arriba, al cerebro.

   Pasaban las sesiones y empecé a tener más claro la cantidad de creencias equivocadas que tenía en cuanto a mi salud y mis tejidos. Tenía que cambiar esas creencias y sustituirlas por lo que estaba aprendiendo. ¿Cómo no me habían explicado esto antes? Ahora podía ir construyendo otra idea acerca de mi salud. Pero aunque ya entendía muchas cosas, el dolor ahí seguía, y con él siempre mi diálogo interno. “Creo que esto no va, me decía”,” ¿Será verdad que el nervio está bien y ya no hay daño?”

   Me hice con el libro de Arturo Goicoechea, Migraña Una Pesadilla Cerebral, y me ayudó mucho también.

    Poco a poco comenzó a desaparecer la ansiedad que me generaba todo esto, y mi mente empezaba a estar a otras cosas. Y conseguí hacer la cama sin dolor. Fue un triunfo. Pero por mucho que estudiaba, el dolor no se iba, y la intensidad era la misma. En ese momento me conformaba con que la intensidad del dolor bajase a un 50%. Pero nada.

   Maite decidió que hiciera unas sesiones con María, y María me dio unas pautas de movimiento que necesitaba mucho porque sentía mucha rigidez, desde la pelvis hasta el pie (patrón de protección). También me ayudó a ver el daño que pudo haber en el nervio como una chispa que ya se había apagado y por lo tanto el dolor no tenía sentido.

   Cuando pasó el cierre perimetral, me propuso hacer una sesión de caminata. Irnos al monte a andar. Me pareció buena idea, pero cuando llegué a Vitoria, llegué rabiando de dolor, me desquiciaba.“¿Cómo iba a hacer eso?”, pensaba. María te espabila de lo lindo y no te deja ni pensar.

¬ ¡Venga! ¡Venga! ¡Sube Nuria! ¡No te pares!

   Y me di cuenta para mi asombro que el rato que estuve subiendo, el dolor se fue. Mi cerebro estaba a otra cosa. Para mí fue una confirmación de que no había lesión, estaba claro. Pero de vuelta a casa volvió el dolor rabioso. Y vuelta a lo mismo. Parecía que no avanzaba. Estaba atascada. Me frustraba, me entraban las dudas. “¿Por qué esto no cambia? ¿No lo estoy haciendo bien? Pensé en tirar la toalla, muchos días, porque parecía que no me funcionaba, pero al mismo tiempo ya sabía muchas cosas y ya no había marcha atrás.

   María me dio unas pautas de movimiento y volví a las sesiones con Maite. Tenía que seguir aprendiendo y moverme con la convicción de que tenía un suelo pélvico competente. Yo le seguía planteando mis dudas en cuanto al nervio y todo lo que me habían dicho los médicos.

   Pasaban las semanas y el dolor comenzó a bajar un poco de intensidad. Pero seguía ahí. De día y de noche. Así estuvo bastante tiempo. Y yo ahí, con mis miedos y pensando que no lo lograría, que igual no conseguía más mejoría de lo que había logrado, pero no quería quedarme así. Tenía mucho miedo a que esto no me funcionara y no tener otro cartucho.

   Lo siguiente fue conseguir estar sentada dos horas sin dolor. ¡Qué alegría! Me agarraba a ello con mucha fuerza. Y pensaba: “Igual es que estoy bien” “¿Y si estoy sana de verdad?” “Oye, pues parece que mi organismo está mejor de lo que creo”. Pero luego pasaban días sin volver a aparecer esos ratos de descanso y volvía la desesperación y a pensar en el nervio atrapado, enganchado…me venían esas ideas. Cuando el dolor se ponía tan pesado, intentaba visualizar que la zona se relajaba. Sabía que tenía que enfriarme emocionalmente y no hacerle caso, pero era lo que más me costaba.

   A base de perseverar y ver a mi cerebro como un sistema y a entender que el dolor es solamente una función y que no pasaba nada, MUY POCO A POCO, empecé a intentar pasar de él todo lo que podía y a no darle tanta importancia. “Ya estás aquí” le decía “Qué pesadito eres”, y procuraba seguir a lo mío. En esto tuve que insistir mucho.

    Maite seguía resolviendo mis dudas, y empecé a convencerme de que mi suelo pélvico estaba bien, no había daño, ya tenía pruebas muy claras. Seguí construyendo la idea de salud y empecé a pensar sobre mí como hacía años que no lo hacía. Estaba deconstruyendo esa idea de organismo enfermo gracias a lo que estaba aprendiendo sobre biología.

   Comencé a hacer ejercicio y también lo pasé muy mal. El dolor apretaba. Y me temblaban los cimientos.  Pero al mismo tiempo estaba decidida a no parar. Salíamos mucho a andar, con dolor, pero con la convicción de que era mi cerebro. El dolor subía y bajaba, a días, pero me quería mantener firme aunque he de reconocer que me resultó muy duro.

   Empecé a conseguir hacer cosas sin dolor, agacharme, dormir de lado. Y apareció el primer día sin dolor. Eso me dio mucha fuerza y me tranquilizó. No me atrevía ni a contarlo por si no se repetía. Luego otro día, y se iban sumando más momentos de alivio. Luego se esfumaban, recaía y volvían a aparecer. Era realmente duro. Tan pronto estaba arriba, como abajo.

   Ha sido un camino largo como podéis ver. Muy difícil. De atascos y de parecer que la cosa no cambiaba. De muchas incertidumbres y miedos durante todo el proceso. De dudar mucho. Hemos tenido que trabajarlo mucho, pero poco a poco, como una hormiguita, con conocimiento y autodeterminación, he conseguido salir de este atolladero.

   Cuando comencé las sesiones con Maite le dije que si pasaba todo esto, quería subir a la Cola de Caballo en Ordesa. Era impensable en ese momento. Pero hoy, después de unos cuantos meses, puedo contaros que el mes pasado lo conseguí. Subí hasta allí completamente bien, sin nada de dolor. Y me siento muy feliz y emocionada.

   Quisiera trasladar a esas personas que se pueden encontrar en una situación así, de dolor persistente, que no se rindan, que no tengan prisa y que entiendan cómo funciona el cerebro y aclaren todas las dudas. Que estén tranquilas. Que todos los casos no son iguales, pero a mí me ha llevado bastante tiempo.  Que puede haber muchos momentos en los que te flaquean las fuerzas y piensas que no se puede. Pero os animo a no rendiros. Mi recuperación ha sido así, con altos y muchos bajos, pero ha merecido la pena totalmente. Y si ahora miro hacia atrás, veo que desde que comencé a entender el error neuroinmune, y a cambiar las creencias, la mejoría comenzó con cambios muy pequeñitos y muy muy despacio, pero ha llegado.

   Y qué deciros de Maite y María. Confiad en ellas. Saben muchísimo y son unas cracks. No tengo palabras para agradecerles todo lo que han hecho para ayudarme. Siempre tendrán una parte importante en mi corazón.  En especial a Maite, por estar siempre ahí, por no rendirse conmigo, por apoyarme y ayudarme tantísimo, por su paciencia y dedicación . Y gracias a Arturo también, por supuesto. Les debo mucho. Me han devuelto la vida, tal cual. Y no solo a mí, a mi marido también porque la familia también lo sufre.

    Mi vida ha cambiado totalmente. Llevo una vida completamente normal.  Si el dolor vuelve, que a veces lo hace, ya no me asusta. Ahora sé gestionarlo. Y así como viene, se va. He aprendido mucho de esta vivencia y mi forma de ver las cosas en general, también ha cambiado.

   Significa mucho para mí escribir mi testimonio después de todo. Y si con él puedo ayudar a alguien aunque sea un poquito, pues es una satisfacción enorme.

   Mil gracias Maite y María, sin vosotras no lo habría logrado.

 

 


Utilizamos cookies propias y de terceros para mejorar tu experiencia de usuario. Si continuas navegando consideramos que aceptas estas cookies + info > x